11/01/2008

La fobia a la verdad

El ejercicio colectivo de defensa de la barbarie franquista (tanto la oficial gubernamental como la de la Falange) emprendido por una derecha española cada vez más radicalizada e irracional es un acto de revisionismo histórico al modo del siempre citado y poco leído Gran Hermano de George Orwell.

Desde los micrófonos de la COPE y desde los espacios que la derecha tiene abiertos en todos los medios (incluso TVE) se ha insistido en una serie de mentiras que se repiten continuamente como rezos culpables para cubrir de flores al Franco y a sus asesinos y torturadores.

Hacer lo mismo con el nazismo en Alemania es inimaginable. Si bien sería absurdo culpabilizar a los alemanes de hoy (salvo excepciones cada vez más escasas y de geriátrico) de la barbarie nazi, nadie se atrevería a decir que en realidad el nazismo no fue tan terrible, ni hablaría de una "época de extraordinaria placidez" ni mucho menos saldría a las calles a defender estatuas de Goebbels, Himmler, Heydrich, Rohm o Goering, que por otro lado desaparecieron a poco de finalizar la segunda guerra mundial, mientras que en España los generales asesinos y traidores siguen disfrutando de monumentos y todo un fasto simbólico que exalta 40 años de oscurantismo, odio, misoginia, miedo, tortura, fusilamientos, garrote vil y caprichos individuales en el poder patrimonialista.

En Japón, el general de las fuerzas aéreas Toshio Tamogami se vio de alguna manera inspirado al estilo en que aquí lo estarían César Vidal, Sánchez Dragó, Pío Moa y otros revisionistas neofranquistas, y escribió en una página Web un ensayo donde afirma que el accionar de Japón en China fue "legítimo", que Corea vivió gran prosperidad bajo el dominio japonés (sin mencionar a las "mujeres de confort", prostitutas esclavas, y la barbarie general de la ocupación), y Japón no atacó a Estados Unidos en Pearl Harbor, sino que se vio "obligado" a actuar por Roosevelt, el presidente estadounidense que estaba bajo el influjo (no podía ser de otro modo) de "los comunistas". El mundo al revés, pues, el mundo a contracorriente de lo que la historia ha descubierto y confirmado una y otra vez, del mismo modo en que los neonazis revisionistas intentan ahora contradecir lo que sus antecesores reconocieron y presumieron, como la barbarie y el holocausto de judíos y gitanos.

En otros países, donde el fascismo quedó cancelado como modo de organización por sus evidentes efectos deshumanizadores y autoritarios, mentir descarada e interesadamente no está bien visto. En Inglaterra y Austria, David Irving ha sido condenado repetidamente por afirmar que no existió el holocausto. En Japón, en este caso, el ministro de Defensa Yasukazu Hamada suspendió a Tamogami y ha anunciado que será despedido. El Primer Ministro Taro Aso también se ha manifestado contra el ensayo de Tamogami.

En España, manifestarse contra las mentiras de la jauría de la radio del arzobispado, las de la densa y amplia prensa neofascista, las de los pseudohistoriadores y las de los místicos del yoguismo falangista puede conllevar directamente ataques por parte de estos grupos cavernarios. El líder de Falange Española, Ricardo Sáenz de Ynestrillas, hace pocos días pedía un alzamiento militar contra el gobierno legítimo de España. Y salvo excepciones como las de cierto sector de la prensa, lo que campea es el silencio, incluso a nivel oficial y gubernamental. Ya pueden salir los fascistas a la calle con símbolos equivalentes a la esvástica y amenazando a la prensa, que el estado y los medios, en general, callan.

No se trata, nadie se equivoque, de pedir censura a ideas repelentes como la homofobia, la misoginis, el racismo y la defensa de la violencia que hace la derecha, por el contrario, España se honra como país democrático al permitir estas manifestaciones, pero más lo haría si hiciera a todos estos personajes legl, social, jurídica y económicamente responsables de sus palabras. Cuando la opinión se convierte en llamamiento a las armas, cuando se vuelve arma arrojadiza revestida de impunidad, cuando falsea los hechos de manera patente, hay responsabilidades.

Entristece y avergüenza que, a diferencia del Primer Ministro japonés Aso, los políticos españoles, incluso los de izquierda, se guarden demasiado de enfrentar a la derecha más carnicera. Pero mal harían los neofascistas en suponer que esto se debe a un cierto acuerdo silencioso, a un asentimiento avergonzado que revelara grandes corrientes de fascismo y neonazismo clandestinos en España. Se debe, y es fácil constatarlo en los rostros de quienes han callado durante tantos años con sus familiares enterrados en una cuneta, al miedo que sigue dominando a grandes sectores de la sociedad española. Un miedo que no le garantiza ningún futuro a los promotores del autoritarismo, el verticalismo, la antidemocracia y la barbarie física y moral, porque los que les temen son cada día menos. En Alemania y en los países ocupados por sus colegas nazis (esos a los que Franco les mandó apoyo militar, no lo olvidemos), el miedo desapareció porque hubo reparaciones y se mostró el verdadero rostro del nazismo.

Lo que deben hacer, por responsabilidad política e histórica los medios de comunicación no fascistas y el estado español es difundir ampliamente la verdad sobre los 39 años de oscuridad de España. La transición no se puede seguir convirtiendo en el espacio de la impunidad fascista, como lo ha sido. Debe ser la recuperación de España por los españoles de la calle, porque el conocimiento de lo ocurrido nos hará libres, y entre otras cosas, libres del miedo.

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