6/20/2008

Rajoy: memorias de Pirro

Mariano Rajoy queda al frente del PP. Los sectores más ultras tanto en lo político como en lo económico se han quedado fuera de la directiva, en el berrinche jimenezlosantero, como mucho. Por otro lado, el sector medianamente civilizado que representa el alcalde de Madrid tampoco avanza pieza.

Entregar al PP en las garras de los copeperos (Pedro Jota, Cristina, Federico) empleando a Esperanza Aguirre como interpósita persona le habría consolidado al partido el apoyo mediático y electoral de al menos dos de las agrupaciones ultra que usan el nombre "falange" en su denominación, además de otros partidos de ultraderecha y sus votantes, de toda la fuerza de la AVT y de muchos que desean que el PP se defina como legítimo legatario del franquismo al grito "fuera máscaras". Muchos de los votantes y entusiastas de estas organizaciones preferirán sin duda invertir su voto en una minoría que consideran digna en su racismo y fascismo que desperdiciarlo en una derecha a la que conciben tibia y hasta entreguista con el separatismo y la laicidad.

Si, por otra parte, el PP hubiera sido asaltado por la derecha semicivilizada de Gallardón, que pretende inspirarse más en Churchill que en Hitler, habría recuperado a grandes cantidades de votantes que sienten que el PP ha ido más allá de lo decente en su desbocada ambición de poder. Incluso ciertos sectores de una autodenominada izquierda que se define ante todo por su odio al PSOE tendrían coartada para votar por el PP.

La permanencia de Rajoy no es ni lo uno ni lo otro, pero a ojos de ambos bandos parece, o se asume, como lo contrario. Los sectores ultras consideran que el rajoyismo (si tal existe) es una derecha débil, entreguista y poco masculina, mientras que los sectores suaves light no pueden olvidar fácilmente las "bonitas" experiencias de Rajoy manifestándose del brazo de la ultraderecha, sus delirantes acusaciones y su connivencia con personajes tan cuestionables como José Antonio Alcaraz.

Y es que nadie sabe qué piensa realmente Rajoy. ¿Es el hombre que sonreía cuando su jefe hablaba catalán en la intimidad o es el anticatalanista de armadura castellano-gallega? ¿Es el ministro que vio con buenos ojos el diálogo del aznarato con los etarras o es el furibundo antinegociaciones que pidió crucificar a Zapatero por hacer aquéllo a lo que lo había autorizado un congreso soberano? ¿Cuándo fue insincero y cuándo no Rajoy? Nadie lo sabe. Y cada día importa menos.

Al fin de este congreso de esperpénticos prefacios, el PP a duras penas puede aspirar, en el mejor de los escenarios, a repetir el número de votantes del pasado proceso electoral, insuficiente a todas luces para acceder a La Moncloa. La consolidación de Rajoy es la condena del PP (salvo que haya verdaderos terremotos políticos a corto plazo) a no avanzar en lo electoral, cosa que los adversarios de Rajoy dentro de su partido no es razonable que acepten sumisamente.

La guerra en el PP seguirá abierta, entonces. La unanimidad de estos días es, entonces, propaganda, y la victoria de Rajoy llama a la memoria inevitablemente a las batallas de Pirro de Épiro, que al vencer la batalla de Ásculo con un colosal número de bajas, exclamó: "¡Otra victoria como esta y estaré vencido!"

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